Blavatsky rescata en su obra La Doctrina Secreta una de las claves esenciales de la filosofía esotérica, el concepto del hombre septenario, conformado por tres aspectos atemporales, que componen su Ser espiritual superior, y cuatro temporales, concretos, que conforman la personalidad o máscara con la cual se viste el actor o ser durante su vida terrestre.
Según la teoría de la reencarnación, los principios que reencarnan son los superiores, y los cuatro inferiores o temporales se disuelven en los elementos constitutivos (tierra, agua, aire y fuego).
Blavatsky expone las analogías que existen entre la constitución septenaria inspirada en la filosofía hindú y la de los textos funerarios egipcios (Textos de las Pirámides, Textos de los Sarcófagos y Libro de los Muertos).
Los tres principios superiores representan la voluntad-ley, el amor-sabiduría o principio de iluminación y la inteligencia o mente universal, y constituyen el Individuo inmortal o la Mónada.
Los cuatro componentes de la personalidad temporal son el cuerpo físico, el vital, el afectivo y el intelectual o mental racional.
Por Ego, Blavatsky entiende la conciencia en el hombre del Yo soy Yo. La filosofía esotérica enseña la existencia de dos egos en el hombre, el ego mortal o personal (el corazón Ab en Egipto, el aspecto de la Mente sumergida en el plano del Deseo-Necesidad) y el Ego superior, impersonal, individual e imperecedero (La Mente-Inteligencia, pura, capaz de percepción universal, el Ba egipcio, el Manas hindú).
Pero Blavatsky aclara que no basta con liberar la Mente-Conciencia del deseo y la pasión, sino que hay que lograr su transfiguración en Ego o Alma espiritual, llegar a la iluminación de la Inteligencia (Ba en Egipto, Manas en la India) por la luz de la Sabiduría (Re en Egipto, Buddhi en la India).
La fusión del Ba corresponde a la transformación del Ego superior o interno en Ego espiritual, lo que provoca la Iluminación o Liberación, simbolizada por el Akh, cuerpo luminoso o de gloria. Blavatsky menciona entre los símbolos aún existentes en Egipto el Ba, figurado por un ave con cabeza humana que vuela hacia una momia, un cuerpo. El alma, Ba, que se une con su Sahu (el cuerpo glorificado del ego).
Los egiptólogos no nos expresan más que una verdad a medias cuando al especular sobre el significado de ciertas inscripciones, afirman: el alma justificada, una vez llegada a cierto periodo de sus peregrinaciones (simplemente a la muerte del cuerpo físico), debe unirse a su cuerpo, para no separarse más de él. ¿Qué es ese así llamado cuerpo? ¿Puede ser la momia? Ciertamente no, porque el vacío cuerpo momificado jamás puede resucitar. Sólo puede ser la vestidura eterna espiritual, el Ego que nunca muere, antes al contrario, da inmortalidad a todo cuanto llega a unirse a Él. La inteligencia liberada que torna de nuevo a su luminosa envoltura y otra vez se convierte en Daimon, como afirma el profesor Maspero, es el Ego espiritual; el ego personal (el corazón, Ab o kama manas), es su rayo directo o alma inferior, lo que aspira a llegar a ser Osirificado, es decir, a unirse con su Dios; y aquella parte del mismo que logrará hacerlo nunca más será separada de él, ni siquiera cuando este último Ego se encarne una y otra vez, descendiendo periódicamente a la tierra en su peregrinación, en busca de nuevas experiencias y siguiendo los decretos del karma (Destino). Este Dios es la parte superior de la Mónada, el Sahu y el Akh, Atma-Buddhi.
Los egipcios creían que cuando el Universo sale de su Unidad primordial, se hace dual, y esta dualidad se reproduce en todas las dimensiones de la existencia. Para trascender cada plano o realidad, hay que superar las dualidades, obteniendo nuevas síntesis o uniones; y son estas uniones o impactos, que producen los diferentes egos o estados de conciencia del alma, las que les permitirán vivir o experimentar en nuevos planos del Universo, cada vez más sutiles. La reintegración a la unidad no es automática, sino que se produce a partir de la capacidad de reunir dualidades cada vez más sutiles.
recop: Ulises by Schwarz 2007
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